Smartphones y rendimiento escolar: efectos, evidencias y claves de uso

  • El móvil puede mejorar el aprendizaje con acceso, personalización y colaboración, pero sin mediación aumenta distracciones y riesgos.
  • La evidencia muestra efectos mixtos: beneficios cognitivos puntuales y costes socioemocionales cuando hay exceso o mala guía.
  • Las políticas eficaces combinan límites y supervisión con integración pedagógica; las prohibiciones funcionan si hay cumplimiento real.
  • La brecha digital obliga a acompañar cualquier uso académico del móvil con medidas de equidad y apoyo a familias y escuelas.

como afecta el rendimiento escolar el uso del móvil

Hablar hoy del rendimiento escolar sin mencionar los smartphones es quedarse a medias. En apenas una década, estos dispositivos han pasado de ser un lujo a convertirse en compañía constante de niños y adolescentes, dentro y fuera del aula. En España ya se han dado pasos claros: comunidades como Castilla-La Mancha y Madrid han retirado el uso personal del móvil de su normativa escolar, abriendo un intenso debate educativo y social sobre oportunidades, riesgos y la letra pequeña de su regulación.

Los datos ayudan a tomar el pulso al fenómeno: en España, el 98% de los menores de 10 a 15 años usa Internet con regularidad y 7 de cada 10 tiene teléfono, una tendencia al alza desde 2016 y con repuntes durante 2020-2021. A la vez, encuestas recientes muestran una brecha entre lo que se recomienda y lo que de verdad ocurre en casa y en el cole: en Chile, el CNTV detectó en 2023 que el 64% de los cuidadores teme la exposición a contenidos no adecuados y el 57% se preocupa por las horas de consumo digital, una inquietud que resuena en muchos países hispanohablantes.

Panorama de uso y políticas en el aula

Quienes defienden restringir el móvil en clase apuntan a un argumento central: la distracción sostenida. El informe Global Education Monitoring de la UNESCO recuerda que, tras un corte por el teléfono, un alumno puede tardar unos 20 minutos en recuperar la concentración, un peaje enorme en contextos donde el tiempo instruccional es oro. De ahí que varios sistemas educativos europeos estén ensayando marcos más estrictos, mientras otros ponen el foco en la mediación y el propósito pedagógico del uso.

Por el lado de la familia, los especialistas observan que la llamada inmersión digital llega cada vez antes, con pantallas presentes durante comidas, ocio y, a menudo, momentos que antes eran de juego libre. Se ha normalizado que los más pequeños usen tablets o móviles para comer o calmarse, práctica que muchos progenitores justifican como educativa cuando el contenido parece “aprender sonidos de animales o colores”, pero que desplaza otras experiencias clave del desarrollo.

Ventajas educativas potenciales del smartphone

Usado con cabeza, el móvil puede sumar. Por ejemplo, ofrece acceso inmediato a contenidos y recursos: desde buscadores académicos a vídeos explicativos, pasando por apps de idiomas, matemáticas o lectura que personalizan el avance del alumno. Ese acceso a golpe de clic reduce barreras para resolver dudas al instante y permite repasar fuera del horario escolar.

También refuerza la alfabetización digital, un conjunto de destrezas que ya no son opcionales: búsqueda crítica de información, creación de contenidos, manejo de herramientas y plataformas. Para el futuro, conviene no perder de vista competencias muy demandadas como CRM, inteligencia artificial, RPA, Big Data, computación en la nube o machine learning, que arrancan con cimientos digitales sólidos en etapas tempranas.

En el trabajo cooperativo su potencial es evidente: comunicación ágil y coordinación con aplicaciones de mensajería y entornos colaborativos. En el aula, destacan Google Calendar, Drive o Meet; para proyectos, Trello; para comunicación, Slack. Con ellas, grupos de alumnos comparten documentos, comentan en tiempo real y reparten tareas sin estar físicamente en el mismo lugar.

Otra baza es la adaptación a diversos estilos de aprendizaje. Unos asimilan mejor leyendo, otros viendo vídeos o interactuando con actividades gamificadas. El móvil ayuda a componer ese menú de formatos e impulsa una continuidad del aprendizaje fuera del aula, siempre que haya conectividad y orientación.

Incluso hay propuestas creativas para motivar a adolescentes, como las apps de chat fiction (relatos en formato chat) o aplicaciones para seguir aprendiendo en verano y otras enfocadas a la seguridad digital familiar. Bien integradas en la didáctica y con metas claras, diversifican los escenarios de aprendizaje y conectan con intereses reales del alumnado.

uso del móvil y el rendimiento escolar

Riesgos y efectos adversos: lo que no conviene ignorar

El reverso de la moneda no es menor. La multitarea digital penaliza el rendimiento escolar: notificaciones, redes y juegos fragmentan la atención y erosionan la memoria de trabajo. Además, buena parte del diseño de plataformas se apoya en captura atencional, activando circuitos motivacionales que empujan a seguir conectados más tiempo del que se pretende.

Hay un flanco de convivencia y bienestar: uso inapropiado, conflictos en clase y ciberacoso. Naciones Unidas estima que 1 de cada 3 estudiantes sufre acoso por parte de pares en la escuela en un mes típico, un dato que obliga a mirar con lupa la dimensión social del móvil. El problema no es solo la herramienta, sino cómo y para qué se usa en edades sensibles.

La brecha digital persiste

La UNICEF ha señalado que dos tercios de los niños y niñas en edad escolar carecen de conexión a Internet en casa (cerca de 1.300 millones entre 3 y 17 años). Incluso cuando hay acceso, la calidad y velocidad pueden ser limitadas. Si se normaliza el móvil en clase sin políticas de equidad, el resultado puede ser más desigualdad en aprendizaje y participación.

En salud, diversos informes y equipos clínicos advierten de vínculos entre exceso de pantallas y ansiedad, alteraciones del sueño y sedentarismo, con picos tras la pandemia. Se ha descrito además la asociación con ingestas poco saludables ante la pantalla y, en adolescentes, un incremento de riesgos en línea como exposición a contenidos inadecuados o contacto con desconocidos. Ojo: no es moco de pavo cuando se trata de hábitos que se consolidan muy pronto.

Otro impacto señalado es el posible empobrecimiento de habilidades sociales si el uso es excesivo: menos tiempo de juego cara a cara, menos práctica de la asertividad, la empatía o la resolución de conflictos. Psicólogos del desarrollo insisten en que lo decisivo es lo que los niños dejan de hacer mientras miran pantallas: si desplaza juego libre, sueño, lectura o relaciones, la balanza se inclina hacia resultados negativos.

¿Qué dice la evidencia: estudios y revisiones relevantes?

La literatura científica reciente ofrece un panorama matizado, con resultados consistentes en ciertos ámbitos y heterogéneos en otros. A modo de mapa, estos trabajos ayudan a entender la relación entre smartphones y rendimiento escolar:

  • Paterna et al. (2024) realizaron una revisión sistemática y metaanálisis sobre uso problemático del smartphone y rendimiento, encontrando asociación negativa cuando el uso es desregulado o excesivo.
  • Kus (2025) sintetiza, en un metaanálisis amplio, cómo diversos factores tecnológicos se relacionan con el rendimiento académico, subrayando la importancia del contexto y la mediación.
  • Jia et al. (2022) siguieron en Shanghái a estudiantes de 10 a 19 años y hallaron que el tiempo de smartphone y el tiempo total de pantalla se asocian con más estrés académico.
  • Singh et al. (2021) documentaron en escuelas de India la relación entre dependencia del móvil, conductas y rendimiento en adolescentes.
  • Hilt (2020) analizó dependencia del celular, hábitos y actitudes hacia la lectura, con vínculos claros con el rendimiento escolar.
  • Muñoz, Díaz y Sabariego (2023) estudiaron el impacto de redes sociales como Instagram y TikTok en adolescentes, con efectos sobre su desempeño.
  • Spiratos y Ratanasiripong (2023) exploraron el uso problemático de smartphones en secundaria, aportando evidencia sobre su prevalencia y riesgos asociados.
  • Calderón y Sánchez (2021) y Castillo y Medina (2024) analizaron la relación entre dispositivos móviles y aprendizaje en población adolescente, destacando que el diseño del uso y el contexto institucional marcan la diferencia.

Otros estudios importantes sobre el rendimiento escolar y el uso de los móviles

  • Carrillo et al. (2020) plantearon la pregunta clave: ¿herramienta de aprendizaje o agente distractor?, conectando esa dualidad con el rendimiento escolar.
  • Gonzabay y Ramírez (2024) centraron el foco en apps y rendimiento en bachillerato, señalando beneficios cuando se alinean con objetivos curriculares.
  • Dzib (2022) estudió la influencia del smartphone en la universidad durante la “nueva normalidad”, con hallazgos sobre hábitos y resultados académicos.
  • Zavala (2020) investigó en Guayaquil el uso del móvil y el rendimiento en bachillerato, reforzando patrones observados en la región.
  • Zuleta, Ramos y Hernández (2024) revisaron sistemáticamente la literatura sobre uso excesivo y rendimiento escolar, confirmando efectos adversos cuando falta supervisión.
  • Rumiche-Valdez (2021) sintetizó efectos positivos y negativos de las TIC en educación, subrayando que el equilibrio y la guía pedagógica son decisivos.
  • UNESCO (2023) ofrece pautas para integrar TIC en educación, con énfasis en mejorar aprendizaje y reducir riesgos.

Además, hay un bloque de estudios con foco en Chile que permite hilar fino sobre efectos cognitivos y socioemocionales en la infancia. La UC ha avanzado en evidencia empírica relevante.

Lecciones desde Chile: efectos cognitivos y socioemocionales

Un trabajo liderado por Tomás Rau, usando la expansión de antenas 4G y 5G como variación exógena, explotó diferencias geográficas y temporales del despliegue y estimó efectos de la exposición a Internet móvil en el desarrollo infantil con un modelo de datos de panel y efectos fijos. Sus resultados, utilizando la ELPI (Encuesta Longitudinal de la Primera Infancia), revelan un patrón dual: mejoras en vocabulario receptivo y peores resultados en desarrollo socioemocional.

Llama la atención la heterogeneidad: no emergen diferencias por género, orden de nacimiento, educación materna o presencia del padre, pero sí por territorio, concentrándose los efectos en niños de zonas rurales. ¿Un canal plausible? Menos salidas al parque o a visitar amigos cuando el tiempo de pantalla aumenta, desplazando interacciones sociales presenciales clave para el desarrollo.

En paralelo, el Centro Justicia Educacional viene siguiendo a 1.000 familias en el estudio Mil primeros días, con etnografías en profundidad. En su análisis cualitativo se observó que el uso de pantallas encendía alertas en menores de 5 años: el problema no es la tecnología per se, sino lo que reemplaza cuando ocupa momentos de juego, conversación y vínculo. Además, un estudio con metodología CBCL y 669 niños chilenos (evaluados dos veces en dos años) halló asociación entre tiempo de pantalla y problemas de internalización y externalización a los 3 años.

Mecanismos cerebrales, atención y posible reversibilidad

Desde la neurociencia se apuntan mecanismos que ayudan a entender estos efectos. Uno central es la captura atencional de redes sociales y videojuegos, diseñados para maximizar permanencia mediante señales que activan circuitos motivacionales. Se suma el fenómeno de entraining: las pantallas pueden sincronizar ritmos cerebrales con la cadencia del estímulo, algo observado cuando vemos cine y que podría, con un uso intenso (por ejemplo, más de seis horas diarias), “ajustar” patrones oscilatorios de forma poco natural. Aún es un campo en exploración, pero merece atención.

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El uso continuado también altera los ciclos de atención a lo largo del día (foco, exploración, introspección). En paralelo, se ha descrito una mayor incidencia de síntomas tipo TDAH asociada al uso excesivo, aunque la causalidad no está clara: no sabemos si el TDAH impulsa más pantalla o si el exceso de pantalla exacerba síntomas. Es más, hay señales de reversibilidad parcial: con acompañamiento adulto, algunos metaanálisis sugieren que los efectos negativos sobre habilidades lectoescritoras pueden neutralizarse e incluso tornarse positivos.

Otros experimentos con universitarios en Estados Unidos indican que el bienestar mejora al reducir temporalmente redes sociales, aunque el hábito tiende a rebotar al finalizar la intervención. Es decir, hay márgenes de mejora si se acompaña y guía, pero los hábitos se reinstalan rápido sin un plan sostenido.

Regulación: entre la prohibición y el uso guiado

Regular no es trivial. En Inglaterra, un estudio no halló efectos claros sobre bienestar mental tras restringir móviles en escuelas, lo que sugiere que la medida por sí sola puede ser insuficiente. No obstante, otra investigación encontró que limitar el uso en clase se asociaba a mejores resultados en pruebas estandarizadas (alrededor del 6,4%), especialmente en alumnado con rendimiento escolar bajo. Dos fotos distintas del mismo problema: importan el diseño y el cumplimiento.

Un análisis reciente con datos PISA 2022 liderado por Rau añade otra pieza: en centros con prohibición explícita y, sobre todo, con cumplimiento efectivo (alumnos reportan un uso diario muy bajo en clase), los estudiantes muestran menos ansiedad por revisar el móvil, menos presión por responder y menos distracción durante las lecciones. Es decir, la norma funciona cuando se acompaña de cultura y control razonable.

La recomendación de pediatría, en línea con academias de EE. UU. y Canadá, es clara: evitar pantallas antes de los 2 años; entre los 2 y 5-6, máximo una hora diaria, con acompañamiento y contenidos de calidad; más adelante, usos limitados que no interfieran con sueño, ejercicio, lectura, relaciones y juego libre. Son pilares que, bien comunicados, ayudan a familias y escuelas a remar en la misma dirección.

También cuenta el ecosistema digital

Algunas tecnológicas han endurecido políticas para menores. Por ejemplo, se han activado limitaciones de contenido, controles parentales y ventanas sin notificaciones nocturnas (como de 22:00 a 07:00 en ciertas plataformas), con supervisión de mensajes por parte de los padres en cuentas adolescentes. Son pasos útiles, pero insuficientes si no hay coordinación familia–escuela.

Un último apunte de política pública: más acceso no siempre equivale a mejores resultados. En Perú, el programa de one laptop per child no generó mejoras significativas en logro académico ni habilidades cognitivas; en Uruguay, mayor exposición a fibra óptica se asoció con descensos en indicadores de desarrollo infantil en comunicación, resolución de problemas y habilidades sociales. El mensaje es nítido: lo que importa es el para qué, cómo y con quién.

Estrategias prácticas para centros y familias

Más allá del marco general, hay tácticas concretas que funcionan. En primer lugar, promover un uso responsable: límites de tiempo realistas, horarios sin pantallas, activación de modos no molestar y compromisos de atención plena durante el estudio. En el cole, explicitar reglas sencillas y coherentes reduce conflictos y normaliza expectativas.

Segundo, integrar los móviles en la planificación docente: si una actividad requiere una app, que tenga objetivo didáctico claro, rúbrica de evaluación y tiempos acotados. Plataformas como Google Drive/Docs o Microsoft Teams, bien pautadas, incrementan la colaboración sin diluir la atención.

Tercero, dar protagonismo al aprendizaje móvil en movimiento: podcast educativo en trayectos, actividades de observación fuera del aula con registro fotográfico reflexivo, prácticas de lectura con pausas guiadas. Se trata de evitar sesiones interminables de pantalla y aprovechar su portabilidad para enriquecer experiencias.

Cuarto, poner nombres propios para motivar: apps para repasar en verano, herramientas para seguridad digital familiar, o formatos narrativos como la chat fiction para enganchar a quienes leen mejor en formatos breves. Y, por supuesto, entornos colaborativos del tipo Google Calendar, Drive o Meet, además de Trello y Slack, que enseñan organización y comunicación.

Equidad y brecha digital: un reto de fondo

Sin una mirada de equidad, cualquier estrategia se queda coja. Si dos tercios de los menores en edad escolar en el mundo no tienen Internet en casa, cualquier política que dependa del móvil debe ir acompañada de conectividad asequible, dispositivos compartidos, bibliotecas y centros con acceso y, sobre todo, de mediación adulta. Incluso con buena conexión, conviene recordar el caso uruguayo: más ancho de banda no garantiza mejor desarrollo si no hay guía, propósito y equilibrio con experiencias fuera de la pantalla.

En contextos rurales o vulnerables, es clave que la escuela coordine con servicios locales para habilitar espacios seguros de conexión, prestar dispositivos cuando haga falta y garantizar que ninguna tarea exija recursos que la familia no puede aportar. La tecnología debe cerrar brechas, no abrirlas.

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Mirando el conjunto, los smartphones pueden ser un gran aliado o un gran obstáculo según el uso. La evidencia converge en un punto: el acompañamiento adulto, la calidad del contenido, el tiempo razonable y el objetivo pedagógico marcan la diferencia entre apoyar el rendimiento escolar o mermarlo. Con normas claras en los centros, coordinación con las familias, y estrategias didácticas que integren el móvil cuando aporta valor y lo aparten cuando resta, hay margen real para potenciar lo bueno y mitigar lo malo; y, por cierto, con atención especial a la brecha digital, a la salud mental y a ese “tiempo sustraído” a dormir, jugar, leer y estar con otros que, si nos descuidamos, ningún dispositivo puede devolver. Comparte esta información para que otros usuarios ayuden a mejorar el rendimiento escolar de sus hijos.